sábado, 27 de octubre de 2012

''Toquen aquí, sobre el chaleco, y verán cómo me palpita un saco de piedras oscuras'', o declaración de amor.



Del 12 de Octubre, desde algún lugar del mundo.

Si por el renglón del corazón cada mañana descarrila un tren, como dijo Sabina, hoy bien soy un renglón de la noche que hace despegar los aviones. Testigo de cómo penetran en la oscuridad, puñales que se hienden en la piel entre cosquilla y costilla. Partícipe de su muerte, sin ansias de volver, ni de quedarme.
Berkeley alegó que el mundo no existe más allá de la percepción, que el materialismo siempre ha sido una lucha constante contra el pensamiento y que ni siquiera existe lo tangible; ¿flota más allá de la vista el espacio, o la luna? Cerrar los ojos es como mirar fíjamente a la noche. No desaparece el mundo, sino tú. Más tarde, David Hume lo explicó mejor; mejor que yo, claro. Ya voy que ni sé lo que digo, ni cuántos grados tiene ésta botella; se me está olvidando su color. La oscuridad se cristaliza sobre las nubes y en el interior de esta protesta. Me narcotiza con sus palabras encendidas, incendiadas, con el alcohol de los bares, con aglomeraciones que gritan ''más fármacos artificiales'' mientras se precipitan hacia el Abismo, con las intermitencias de coches a doscientos veinte, sus fantasmas y sus miedos. Le escribo a la noche a la vez que formo parte de ella, sin necesidad de lunas. Así hablaba Antonin Artaud de los poetas. El poeta piensa, el genio ve. Yo digo: que les jodan a todos los genios y poetas, maldita sea. Se trata de la noche, sola y exclusivamente, sin más versos ni metáforas. Nadie ha sabido desnudarla, dormirla, vomitarla.

La noche es interminable. Cuando aparece el día, es de noche en otra parte del mundo o hay alguien que la escribe y se le escapa, como a Fleming se le iba en la muerte o en el suspiro. La noche no acaba de irse nunca. Sus pasos nos conducen al perímetro de los sueños; laberinto Valeriano donde nunca doy con Él. Au contraire, se fugan todos los ángeles oníricos de Blake con Él. Nunca fue la noche veracidad, pues lo veraz de ésta ya lo pintó Goya en un habitáculo oscuro donde la revelaba, -el sueño de la razón produce monstruos- aunque eso Gèricault no lo entendiese nunca y se encerrase en la oscuridad. La noche es alquitrán que se ciñe a las suelas de los zapatos. Hoy soy un renglón en la noche del que huyen las palabras. Se perfilan travestis y putas en estos escenarios alumbrados por bombillas color sangre. O teñidas de sangre; debajo de mi balcón se trafica con maravillas mientras descubro el significado de un whisky seco. Seco. A secas. A solas. Lautrec habría dibujado mis medias rotas y las uñas rojas que no tengo de tanto arañar la superficie de mi piel. He cenado calumnias y ahora, al mezclarse con el alcohol, me pica el estómago. Me han mordido como Cronos se comió a sus propios hijos mientras yo asentía, llevando una estrella en cada ojo que me han terminado cortando con sus esquinas. La noche, la noche... La noche. Lo de menos en la noche es que sea tan intensa. Diría ''La noche es el subconsciente de la realidad'', pero eso sólo quedaría bien en la literatura. La noche en este lugar es un espejo negro donde una Bèla Lugosi se mira mientras un Johnny Weissmüller grita desde un agujero negro. Noctámbulos. Insomnes. Locos. Apátridas de la luminosidad. En este lugar, la noche es noche como el alma lo es sin haber sido. De cualquier manera. En este lugar, la educan las horas. La cogen de la mano, se la llevan a la cama y la colocan bien alto, como la Última verdad: ''Amé a Pelagia Vlassov, una noche, como se ama a una espina''.


Ahora, discúlpame, sólo pretendía decirte -y habría sido todo mucho más sencillo- que por encima de la filosofía, el arte y la literatura, simplemente me he sorprendido recordando aquella noche que pasé contigo. Tan así, como un pequeño y torcido renglón de la noche donde conseguiste alinear tus minúsculas letras índigas, y que lograste hacer desaparecer, tímidamente, antes de que explotase el Día.


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