viernes, 10 de mayo de 2013


Entonces, la atmósfera se hizo objeto, emulando un corazón de madera, y justo antes de la coagulación de la sangre, alcanzó la vena, rumbo a la arteria principal, vagando por cavidades aún por cartografiar.

Por un momento se alzó una ciudad. Con ella, la posibilidad de habitar sus ruídos, sus incendios.

El cuerpo -la víctima- se convertía en el ecosistema de una pulgada que concentraba, a través del silencio, toda huída con perfecta armonía, y durante los últimos minutos de ese pausado, aunque enloquecido tráfico hacia el utópico brote de un beso, sonreía.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Loquísima.