Entonces, la atmósfera se hizo objeto, emulando un corazón de madera, y justo antes de la coagulación de la sangre, alcanzó la vena, rumbo a la arteria principal, vagando por cavidades aún por cartografiar.
Por un momento se alzó una ciudad. Con ella, la posibilidad de habitar sus ruídos, sus incendios.
El cuerpo -la víctima- se convertía en el ecosistema de una pulgada que concentraba, a través del silencio, toda huída con perfecta armonía, y durante los últimos minutos de ese pausado, aunque enloquecido tráfico hacia el utópico brote de un beso, sonreía.
Por un momento se alzó una ciudad. Con ella, la posibilidad de habitar sus ruídos, sus incendios.
El cuerpo -la víctima- se convertía en el ecosistema de una pulgada que concentraba, a través del silencio, toda huída con perfecta armonía, y durante los últimos minutos de ese pausado, aunque enloquecido tráfico hacia el utópico brote de un beso, sonreía.
1 comentario:
Loquísima.
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