''Qué asco, tu pueblo''. Cuelgan en los tendederos pieles de animales: conejos, gatos, perros, osos o humanos; no consigo distinguir el color del cuero cuando seca, degollado por pinzas de madera. La velocidad extirpa retrovisores, despelleja los coches. Aún quedan restos de ácido en sus chapas de cualquier tormenta nocturna. La venganza es fácil y apenas consigue molestar a alguien. Se camina sobre jeringuillas inyectadas de fracasos y sueños. En una de sus calles arden billetes para calentar las manos, ¿lo ves? Ahí, donde unos queman y otros arden. La chimenea del mundo. ''Qué asco, tu pueblo'', me decías mirando disimuladamente las cenizas.
Ya, mi amor, ya, pero si tú vienes esto es oro. Los niños y niñas ya no juegan por la mañana, pero sigue sonando la sirena del recreo. Las letras y los números son ese inocente sonido lejano que a veces resulta molesto. Se colocan, alrededor del brazo, un regaliz del color de la sangre pa que la corte, se baban convulsionando azúcar. Reímos lo que el tiempo nos hará llorar. ''Qué asco, tu pueblo, qué insólito''. El mendigo que duerme en aquella esquina se despierta a patadas o pedradas. Así somos de delicados. De delicadas. La poesía son esos graffitis y sus ausencias gramáticas. Cientos de cartones de vino apurados, estrangulados hasta la última gota, se amontonan alrededor de los contenedores. El rumor es noticia. Las putas, santas. O trabajadoras sociales, según qué favor. ''Qué asco, tu pueblo''.
Pues no, mi amor, nada aporta este lugar, nada salvo un nuevo solar o un sol menor. No tan alto. No tan astro. No tan sol. Tú no perteneces a esto, por eso saltas contínuamente de calle en calle, con prisas y sin pausas. Nunca le has pertenecido. Ya me hubiera gustado (pero no). ¿Has pertenecido, quizás, a algo? Aunque, ahora que lo pienso, igual sí... Ciudades.