Me encanta la impasividad del mundo a las cinco de la mañana. El tránsito del aeropuerto ha cesado, y yo aquí a punto de saltar sus muros. Sólo se oyen, si acaso, mis pasos sobre las líneas amarillas, que dibujé en lentos trazos como si fueras avión que las entendiera.
Me encanta el silencioso latido en mis manos, que permanece aún tras dejar el muro atrás, y esa indolencia en los aviones que nunca se asustan de los extraños.
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