Estoy loca, es evidente, pero ¿y qué? Sin ser más guía que de mi errática embarcación, ofuscada por el clamor de la marea, me veo constantemente reflejada en distintas partes de la superficie del agua, sin dar alcance jamás a figura alguna. 

  A pesar de ello, desafío vuestros implacables juicios proclamándome la más lúcida de entre todos los locos, pues permaneceré diligente en la obstinación de socavar las más profundas galerías de mi locura con la poderosa luz de la conciencia y del razonamiento lícito. Este y no otro es mi propósito, y al mismo tiempo, mi fatalidad. Tocar fondo, descender a los abismos sumergidos bajo la apariencia del ser. 

  Y aun comprometida con tan excelso designio, me creo poca cosa, sí, ni en mayor ni en menor medida, como también lo creo del mundo, de todos los demás, de la ilícita historia de los pueblos; sus alucinaciones y misticismos, de los gobiernos y las religiones, de las ciencias, de la plata y del oro, de las pasiones humanas, del sistemático ajetreo de los días. Y sin embargo, veo grandeza en todo ello; es cierto, como también la veo en mi vejado corazón. Veo poesía en todas partes, y al mismo tiempo, no puedo eludir preguntarme: ¿Por qué? pues, ¿qué significa esta belleza aún en lo despreciable, tanta grandeza hasta en lo más futíl? 

  El sol se pone hoy, de nuevo, y honestamente, no traerá mañana novedad alguna. Tanta ilusión, ¿para qué, entonces? ¿A qué tantas idílicas mentiras sobre lo que realmente somos, polvo de estrellas, el cuento que cuenta un cuento; en esencia, nada? La respuesta a tan desconcertante pregunta nos conduce, por otro lado, a un mayor desconcierto: esperanza, en poder reconciliarnos con la vida, de algún modo; en otras palabras: el amor. Sufrir por amor y amar incluso al sufrimiento, en todas sus formas, pues el amor y el dolor son dos términos, que a pesar de ser opuestos (o necesariamente por ello) constituyen la tragedia de la vida, y los únicos por los que merece la pena vivirla. 

  «Fe». ¿Existe, acaso, una cualidad que defina mejor el verdadero amor? Mas, ¿por su culpa no sufrimos en ocasiones inefables tormentos? 

  Supongamos que la vida se ha de afrontar con una intensidad tan vehemente que, para ello, debemos entregarnos -sin reservas- a todas sus contradicciones, lo que supone a su vez un gran sufrimiento que ha de aceptarse sin lugar a dudas, pero no por cobardía o por pereza, sino por una despiadada e inexorable sobreexcitación. Los humanos somos seres apasionados, amantes de lo infinito: lo queremos todo, lo visible y lo incorpóreo, lo doloroso y lo placentero, la tierra y el aire, lo grandioso y lo insignificante, lo razonable y lo insensato. Queremos vivir mil vidas en un sólo hombre; multiplicarnos, desbordarnos, delirar ebrios de vida y ser conscientes del delirio, y propugnarlo, dando cuenta a los demás sobre la magnificencia de la existencia, completa de asombros, colores y melodías. 

  Es a tal empresa a la que no sólo aspiro, sino a la que me encuentro apodíctica. No es un mero capricho mi empeño de ser quien pretendo, sino la necesidad y el deseo de hacer coincidir mi voluntad -en el mayor y mejor grado posible- con mi trágico destino. 

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