lunes, 30 de julio de 2012


Una vez sumergido en la oscuridad se dejó acoger por la vehemencia con la que el ron trenzaba su garganta, y entre desquite y calada, percibió una mirada intrusa jugueteando con el contorno de su sombra. Paseando, al igual que él, por la orilla de una página pretendiendo tornar soledades.

Allí estaba ella, desnuda ante los turbados ojos de la noche, mecida por la súbita corriente de su aliento al mismo tiempo que era proyectada hacia ese cínico y silencioso deseo que gritaba despacio si estaba a solas, y lo vio ir hacia el agua; la gravedad ya flotaba sin él. Lo desalojaban las gotas, haciendo dibujos sobre su cuerpo uniéndose unas a otras, trayendo consigo la fiebre. Construían esquemas acuáticos sobre la hipotermia de su pecho. El boceto de su tacto. El onírico trazo de la superficie de sus manos, pero el análisis lejano de aquella mirada le invitaba a continuar. Las huellas de sus pies se anclaban en la arena, relegadas de un futuro intermitente que llegaría cuando menos lo esperase y con urgencia de algo (de alga...).

Aquellos ojos le saludaban desde el borde de un precipicio. Él, aún en la orilla, luchaba contra la permanencia de la espuma, desbordada por el balanceo de una anatomía sedienta que reclamaba humedad. Se acercó la botella a la boca, dimensionando los labios entre sus párpados. Parte del trago se diseminaba garganta abajo con un tránsito pausado, sutíl, y borracho de sal, su estómago empezó a contraerse con cada uno de sus pestañeos.

Ya, frente a frente, se recogían en delgados hilos de saliva que derramaban en la inmensidad del océano.


viernes, 13 de julio de 2012

La vigilia

Tenía la piel helada. Abrí los ojos.

Trauermarsch. In gemessenem Schritt. La quinta de Mahler ensayaba su muerte en el auditorio. La barra donde me encontraba esperándote estaba llena de intentos desesperados por pedir una copa. En ella se abrían afiladas sonrisas que me invitaban a tomarla, mientras mi traje, demasiado oscuro o demasiado corto, dinamitaba sus miradas por mi cuerpo. Matusalén con un cubito de hielo en la mano y tú sin dar señales de vida. Me lo bebí de un trago, buscando tu figura emergir entre la gente. El lugar inmovilizaba, como una confabulación de melodías pasadas, desidia de violines e indicios de contrabajos. Instaban a quedarse. A permanecer. Aguardé al lado de unas esculturas que más que saludar parecían querer atraparme. Les devolvía el saludo, por si acaso era alguien conocido. Fuera, la ciudad apestaba a refinería.
-¿Estudias o trabajas? -Me preguntan.
-Pues no sabría qué decirte -contesto.
Érais tú y tu sonrisa.

Stürmisch bewegt, mit grösster Vehemenz. Las siluetas embestían como el mar contra la  roca. Nos sentamos.
-Bimn, bamn! -Empezaste a cantar- bimn, bamn! -seguías.
-Estás fatal.
-Estoy pletórico, aunque... me acabo de dar cuenta de que este podría ser un mal sitio.
-¿Por qué? -Pregunté.
-Porque el sonido rebota en el palco. Al menos eso dicen los expertos.
-Pero...¿de verdad íbamos a oírlo? -y sonreíste cómplice de mi comentario.
Desfilaron ante nuestros ojos dos chicas y paseamos nuestras miradas desganadas y obtusas sobre la solidez de sus piernas.
-Mira, jóvenes, guapas, y además Mahlerianas... -exclamaste.
Yo saqué el cartel.

Adagietto. El concertino verificó la afinación de la orquesta. Aplausos. El director saludó. Más aplausos. Luces lentas que no eran más que luces a medio apagar. La música se dilataba hasta mi oído. Una entrada inapropiada del sonido se descifraba en mi sillón y me poseía. Apenas era la música, apenas el sonido. Un río o un ejército de ángeles venía con tambores y esquinas, girando en cada butaca, aclamando nuestra atención, haciendo que nuestros pensamientos divagaran en ese universo de notas, notas que eran la estructura amortajada de un viejo pentagrama, ahora lúcido, antes incomprensible, porque Mahler, de corazón ambizurdo, no era nada sencillo.

Rondo-Finale. Allegro-Allegro giocoso. Frisch. Y habló Nietzsche, dándole a las palabras una dimensión de caricias. Tus manos picoteaban mis medias dibujando círculos. Dentro, la asistencia de mi piel transformándose superficie. Debajo, un placer paralizado, ya en otro fondo, en otras manos. Me sentí desaparecer por un momento. Sólo existía el afinado arpa de tu boca. De espaldas a Zaratustra se prodigaba tu ya enternecida risa y el aire con su melodía. Ya no poseía la pureza de nada. Sólo instantes, sólo pequeños detalles a punto de ser tallados por algún cincel imaginario. Fuera, la oscuridad lo ocupaba todo en el cielo, difunta de astros, de estrellas indispuestas por la polución. No había nada que buscar ya en ese lugar. 

Langsam. Ruhevoll. Empfunden. Y comenzamos a caminar. Lejos de saber qué necesitamos, qué queremos, pero que me baste, ahora, con esto: ir, a donde pueda averiguarlo contigo, y allí, allí ser quien vea los inquietantes matices de tus sentimientos, allí explorar los míos. Y allí despertar y que vuelva el mundo, con sus intérvalos de sensatez, y nos permita volver a nacer, ¿sabes? porque antes de ese momento existe, aunque breve, una coyuntura en el tiempo en la que me siento caer y, en ese pausado y fugaz descenso, una luz choca contra mis ojos, crece hasta abarcarme, y ya no puedo ver nada... 


entonces vuelvo a cerrarlos.




lunes, 9 de julio de 2012


Si la cabeza es un árbol 
que puede albergar 20.000 pájaros 
y la tuya tiene 100.000 
se te van a los demás árboles. 






Es un día al que le faltan horas.

martes, 3 de julio de 2012

Mis costillas son fuego en los ojos de Adán



Mentiría si dijese

que las sábanas que nos arropan en este lecho de hastío hacen que llore tu vientre, y que por eso te desangras. Tú, coagulándote, bullicioso, sin pretextos. Recordando vistas interestelares a campos verdes saturados de primaveras ubérrimas. Descobijando mis ramales desde el pensamiento más recóndito  hasta el más impreciso recuerdo. Yo, impetuosa, aludiendo la vejez. Desnudando mis templanzas, recelando de las finas capas de humo, de tus cárcavas. 

Que llegarán, exasperados, los sueños. La justicia llegará y nos arrastrará al vacío. La ruína, la sal. Llegará la muerte al mismo paso que lo hará la ciencia. Llegará la enfermedad, difuminada, pero llegará y, deseosa -palpitar de bocas transigentes, aclamada luz de mi vida- traerá el deseo. Se someterá a los cuerpos. Romperá las puertas, escalará los muros, abrirá las ventanas, y si se ve necesario, surprimirá la lógica. 

Por eso mentiría.