martes, 3 de julio de 2012

Mis costillas son fuego en los ojos de Adán



Mentiría si dijese

que las sábanas que nos arropan en este lecho de hastío hacen que llore tu vientre, y que por eso te desangras. Tú, coagulándote, bullicioso, sin pretextos. Recordando vistas interestelares a campos verdes saturados de primaveras ubérrimas. Descobijando mis ramales desde el pensamiento más recóndito  hasta el más impreciso recuerdo. Yo, impetuosa, aludiendo la vejez. Desnudando mis templanzas, recelando de las finas capas de humo, de tus cárcavas. 

Que llegarán, exasperados, los sueños. La justicia llegará y nos arrastrará al vacío. La ruína, la sal. Llegará la muerte al mismo paso que lo hará la ciencia. Llegará la enfermedad, difuminada, pero llegará y, deseosa -palpitar de bocas transigentes, aclamada luz de mi vida- traerá el deseo. Se someterá a los cuerpos. Romperá las puertas, escalará los muros, abrirá las ventanas, y si se ve necesario, surprimirá la lógica. 

Por eso mentiría. 

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