Una vez sumergido en la oscuridad se dejó acoger por la vehemencia con la que el ron trenzaba su garganta, y entre desquite y calada, percibió una mirada intrusa jugueteando con el contorno de su sombra. Paseando, al igual que él, por la orilla de una página pretendiendo tornar soledades.
Allí estaba ella, desnuda ante los turbados ojos de la noche, mecida por la súbita corriente de su aliento al mismo tiempo que era proyectada hacia ese cínico y silencioso deseo que gritaba despacio si estaba a solas, y lo vio ir hacia el agua; la gravedad ya flotaba sin él. Lo desalojaban las gotas, haciendo dibujos sobre su cuerpo uniéndose unas a otras, trayendo consigo la fiebre. Construían esquemas acuáticos sobre la hipotermia de su pecho. El boceto de su tacto. El onírico trazo de la superficie de sus manos, pero el análisis lejano de aquella mirada le invitaba a continuar. Las huellas de sus pies se anclaban en la arena, relegadas de un futuro intermitente que llegaría cuando menos lo esperase y con urgencia de algo (de alga...).
Aquellos ojos le saludaban desde el borde de un precipicio. Él, aún en la orilla, luchaba contra la permanencia de la espuma, desbordada por el balanceo de una anatomía sedienta que reclamaba humedad. Se acercó la botella a la boca, dimensionando los labios entre sus párpados. Parte del trago se diseminaba garganta abajo con un tránsito pausado, sutíl, y borracho de sal, su estómago empezó a contraerse con cada uno de sus pestañeos.
Ya, frente a frente, se recogían en delgados hilos de saliva que derramaban en la inmensidad del océano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario