martes, 4 de junio de 2013

donde el calor es frío mármol

Oscuridad, mi vieja amiga, he venido a hablar contigo otra vez.

Alguien ha traspasado la esponjosa niebla del espacio. Lentamente se ha ido deslizando sobre la diafanidad de la noche, transcribiendo entre números La escritura del mundo. Hoy. Esta noche. Hace apenas un instante, aquí, en el retorno de la severidad de la naturaleza; de una forma menos literal pero más efectiva, lugar donde todo se torna esa forma de mirar tan vaga y enajenada que se deshace desaprendida, abrasando y al mismo tiempo inmóvil: coro de sus letras. Al último segundo de vida; la síntesis del propio caos. Bóveda de la espera. Alguien ha llegado, con su soledad de piano, a un mundo sordo. Un diálogo yacente, ya occiso, se calca sobre una tumba, o en algún muro.

(No sabría decir cuántas realidades o penumbras ha estado pintando como remiendos a ese algo que no existe desde entonces..),

Mientras, en diafonía permanezco silente, espectante ante las formas en las que retorna el gemido del corazón cuando flaquea entre un papel y unos dedos inmóviles, perplejos ante esta comitiva de renglones torcidos sobre airados ríos de tinta pues, imperioso es el esfuerzo que destina el cuerpo al dominio que ejerce sobre él la empresa del alma; inefable, y voraz si permanece. Y así fenece, en ese suspiro y tan de repente; como la definición de una sombra: un susurro, deformado y comprimido, aire sin destino.

Luego, se descubre tras la bruma alguien que escapa y desaparece. Sin haber estado; se aleja. Inapelablemente. Solícitamente. Y algo sigue a ese todo que no es para impregnarme de lo absurdo y terminar el día con la piel abierta -sin que alguien me espere- en esta nada.


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